domingo, 6 de octubre de 2019

Día 2: Hoguera.



Hablaron tanto de ti y se dijeron tantas cosas que ya apenas éramos capaces de diferenciar la verdad de la mentira, pero eso para ti nunca fue un problema. Te acostumbraste a que la una viviese en la otra, y aprendiste a lidiar con los rumores y las miradas indiscretas que te acechaban en cualquier momento y lugar.

Quisieron quemarte tantas veces que llegaste a perder la cuenta. Te perseguían en una caza sin descanso en busca de lo que ellos consideraban justicia, como hicieron con aquellas a las que hace siglos llamaban brujas. Todo un sinsentido. Eran tantos los que querían verte arder, verte desaparecer convertida en cenizas… 

Tu único delito fue vivir tu vida como te dio la gana, sin rendirle cuentas a nadie que no fuese esa niña morena de ojos color miel que veías al otro lado del espejo cada mañana. Tu único acto de brujería fue reírte del mundo y, sobre todo, de todo aquel que intentó controlarte y maniatarte, que te dijo que no podrías, que se atrevió a decir que no valías.
Jamás entendieron que tu alma era libre y salvaje, jamás llegaron a comprender que no naciste para bailar al compás de otros, para ser quien ellos querían que fueses. Tú eras tu propia vela, tu propio viento, tu propio timón. No necesitabas nada de nadie y así se lo hacías ver al mundo.

Y quizás tuviesen razón. Quizás sí que llevabas la esencia de las brujas de antaño en tu interior, porque, como ellas, siempre fuiste un paso por delante del resto, siempre diferente, y esa fue tu condena.

Claro que te llevaron a la hoguera, no pudiste hacer nada para salvarte pero, como último acto de rebeldía, te presentaste allí radiante con la mayor de las sonrisas, como si no pasase nada, como si fuese un día más. Orgullosa de haber sido tú hasta el final, de no haber renunciado a tu forma de vivir y de pensar, haciéndonos sentir orgullosos también a todos los que te defendimos, protegimos y quisimos sin peros ni condiciones. 

El fuego empezó a bailar a tu alrededor y se apropió de tu cuerpo sin pedir permiso, pero no luchaste por evitarlo. Tus ojos no se llenaron de lágrimas, tu boca no emitió ningún sonido y los músculos de tu cuerpo dejaron que el calor abrazara hasta el último centímetro de tu ser. Te limitaste a mirarnos de la manera en la que solo tú sabías hacerlo, una mirada llena de recuerdos, secretos y promesas por cumplir, una mirada que nos hizo temblar. 

E incluso ahí, en ese momento de agonía, verte arder en esa maldita hoguera fue el espectáculo más bonito jamás visto.

Ahora hoy entiendo muchas cosas, sobre todo, por qué nunca le tuviste miedo a esa quema pública, por qué acogiste al fuego en tu seno como si fuese un hijo que llevaba largo tiempo perdido. Ahora te vuelvo a tener delante de mí más radiante y orgullosa que nunca, llena de las cicatrices que el fuego ha dejado en tu piel, y es en este preciso momento cuando logro comprenderlo todo.

Y es que tú siempre supiste que resurgirías de tus cenizas como el ave fénix y que el boca a boca de cuatro desdichados no acabaría contigo. Lo tenías tan claro que simplemente aceptaste lo que te tocó vivir con la eterna promesa de que, en un tiempo, volverías triunfal. Y hoy cumples esa promesa, esa que nos hiciste a todos aquel fatídico día con esa mirada que nos hizo temblar, con esa mirada que en un principio no supimos interpretar.

La hoguera no pudo contigo y aquí estás, como siempre, siendo más tú que nunca, más fuerte, más segura y, sobre todo, más bruja.

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